sábado, 14 de diciembre de 2019

Vidas paralelas
Quién hubiera siquiera imaginado que cuando llegué al barrio, a la casa, a una nueva vida con mil esperanzas y diez mil desafíos, él, tan precioso como desapercibido sería mi compañero de venturas y desventuras.
No sé por qué pero desde el comienzo tuvimos un diálogo silencioso, una conversación de almas, una comunión de savias.
Le puse nombre, Francisco, antes de que el Papa fuera Papa y después, mucho después de que el hermano del sol y la luna se metiera en mi vida con y sin permiso. Lo abracé. En ese entonces mis brazos alcanzaban a rodearlo.
Delgado y alto, joven, lleno de vida. Igual a mí quitando lo de delgado y alto.
Nos recibió a los cinco: padre, madre, tres hijos, el menor prácticamente recién nacido.
Yo tenía 33 y él 23 años, la flor de la juventud dicen o mejor dicho decimos las viejas…
Quince años después empezó el éxodo, primero el padre, luego los dos mayores.
Tiempos duros. Pero a él y a mí no había viento que nos tumbara. Resistíamos lo que fuera.
Hasta que en una madrugada gris y tormentosa la resistencia cobró factura.
Un rayo lo rasgó de la cabeza a los pies, un golpe en el corazón me hizo sentir que yo también estaba en esa situación aunque no pudiera o no quisiera verlo ni pensarlo.
Pasaron tres años en los cuales la corteza se nos fue cayendo y nos volvimos vulnerables. Un fuerte tornado derrumbó su esbelta figura y diez metros de su vida cayeron al piso, tímidamente, en lugar oportuno y sin dañar a nada ni a nadie. Cuantos metros de vida se habrán derrumbado en mí, ¿tal vez kilómetros?
Mi fiel compañero sabe lo que hay en mí antes que yo. Tal vez me esté mostrando lo que yo no sé.
Francisco ya cumplió 50 y yo, bueno, diez años más.
Hoy comienza a quebrarse con vientos más suaves, pierde firmeza, vuela bajo, busca tierra, necesita quien pode sus flaquezas, quien componga su firmeza, quien le devuelva su dignidad, que no lo ignoren porque ya no es útil.
Llegamos a viejos sin darnos cuenta. La vida se nos pasó sosteniendo firme el tronco para salvar los nidos.
No te rindas Francisco, haceme ver que todavía no es tiempo de tirar la toalla.